No puedo escribir ni una palabra, porque estoy casi vacío de todo, porque tengo silencios tan fuertes que temo romperlos, porque miro dentro de mi cuerpo y no encuentro nada, porque sopla un viento nuevo y no tengo aún la fuerza para derribar las paredes del viento, porque el mundo se sonríe burlonamente mientras intento seguir con mis pasos sigilosos, porque los objetos se han revelado y pretenden dominarme, porque esta máquina de escribir hace ruidos que aturden el silencio que es terrible pero a la vez tranquilizador, porque busco entre los escombros de mis ilusiones y no encuentro más que pequeños trozos de realidad, como porciones de un relato que puede llegar a ser fantástico, pero se queda en la pequeñez de 1os pedazos insignificantes, en los diminutos instantes de la trágica comedia de mi vida.
domingo, 10 de diciembre de 2006
Martes 21 de marzo del año 2000.
20 de marzo del año 2000
Estoy en mi casa, todo es un desorden total, todo. Es decir, el suelo está lleno de papeles que estuve revolviendo del pasado y que quedaron esparcidos como intento desesperado por prolongar algo improlongable. Los ceniceros, cuatro, llenos todos de los filtros de muchos cigarrillos fumados durante días y días de buscar dentro y no encontrar, y seguir buscando, aún sin encontrar. Y platos y ollas y tenedores y todo el resto con una suciedad que con el tiempo deja de serlo, para convertirse en una suerte de reliquia, como restos arqueológicos de una civilización que fui antes, donde puedo, si quiero, descifrar enigmas fantásticos, como ser lo que comí hace una semana, aunque siempre hay datos perdidos, como que hubo un par de días que no comí nada, simplemente porque no tenía el dinero necesario para que me dieran comida. Y también están todas las cosas que llenan de vacío todos los ambientes, esas que no se ven, pero que pesan y joden mucho más, porque después de todo, los platos sucios y los papeles y el tiempo desparramado por el suelo, y la historia en restos de comidas y bebidas, y el resto, pueden pasarse por alto, uno puede mirar todo, sentarse frente a la máquina de escribir y por un rato olvidarse que a las espaldas hay demasiadas cosas (objetos) fuera de lugar.
Pero con lo otro no se puede. Lo otro, lo invisible, lo que cualquier visitante no vería, está en cada rincón, está en cada lugar donde miro, y en ningún lado. Porque está en mis ojos, en mis manos, en mí. Por eso jode constantemente, por eso no me deja tranquilo ni siquiera ahora, que intento escribir algo para despejarme un poco de todo lo abrumador y perverso que es todo a mi alrededor y adentro de mi cerebro.
El amor se acaba, es un hecho. Puedo creerme durante los momentos en que es verdad, que el amor es para siempre, pero no. El amor se acaba. Y es jodido. Porque uno sabe que nada es para siempre, pero es como la muerte. Todos sabemos, y sin embargo. No puedo todavía hacerme a esta idea que nace en mí. No puedo realmente creer que es real esta soledad que creí erradicada para siempre. No puedo y sin embargo lo creo, porque en definitiva la realidad es una, y es esta.
El pasado no existe, el futuro ya vendrá, aunque no quiera, aunque si quiera, y el presente es lo único que tengo, y es casi nada. Este presente lleno de esperanzas recién muertas, lleno de incumplimientos de promesas absurdas, lleno de lamentos demorados pero a la vez dosificados desde hace no sé cuánto, lleno pero tan vacío, tan vacío.
Eso es todo por ahora. A partir de hoy se planifica otra versión de la realidad, de la mía quiero decir, otra parte, otro capítulo, con otro estilo, con otros personajes, casi como una nueva novela donde a cada paso iré conociendo al protagonista (espero ser yo) y a los personajes secundarios (tan necesarios).
Pero por ahora, es decir exactamente ahora, las 10 y media de la mañana de este lunes gris, sólo me resta esperar y hacer un último esfuerzo por reconciliarme conmigo, por volver a conocerme, porque, aunque lamentable, hoy acabo de nacer, para el mundo, y para mí. Para alguien acabo de morir. Adiós.
15 de diciembre del año 2001.
Las verdades de la gente, cuando finalmente salen, son aterradoras. Los ojos desorbitados, la piel casi de sangre, la voz con volúmenes totalmente alterados. Por un momento pienso que, si genero tanto odio, algo debo estar haciendo mal. Pero también sé que el odio se auto genera, y que nunca hay motivos suficientes afuera de uno.
Si así fuese, tendría que estar lleno de odios, y no lo estoy.
Tengo mi cabeza completamente en otro lado. Estoy mucho más allá de las “verdades” que los adultos mediocrizados proclaman. No puedo seguir sus consejos, porque soy testigo del resultado invariable de sus vidas. Es decir, no sé si mi verdad es verdadera. Pero sé que la de ellos no lo es. Y si tengo que elegir entre dos opciones como esas, prefiero mil veces la duda antes que la certeza del error.
Por eso estoy así. Lleno de dudas, con la certeza de la duda. Tengo que recorrer este camino, para recorrerlo. Tengo que lanzarme a este abismo y confiar en el paracaídas de mi verdad agujereada.
20 de julio del año 2001
Existo. No me cabe duda de ello. Pero asisto diariamente a las demostraciones externas que me llevan a sospechar de esa existencia que postulo como verdad. Siento a veces tales desprecios sobre mí, que dudo de ser quien creo ser. Mis espejos míos me dan una imagen que resulta ser falsa. Estoy condenado a ser yo, a sorprenderme y hastiarme de estar siendo todo el tiempo. Me cansa, como un trabajo molesto, la obligación de seguir vivo. Tengo un cuerpo, tengo unos ojos, tengo un cerebro y tengo una necesidad poderosa de seguir vivo, pero no por la alregría de vivir, ni siquiera por la esperanza de vivir mejor (ya hace tiempo que no me hago más promesas). Mi necesidad de seguir vivo tiene más que ver con una especie de orgullo absurdo, es querer ver si tengo la fuerza para resistir el estar vivo en este cuerpo y con este cerebro. Y es sólo para mí que lo hago, pues nadie podrá jamás medir la increíble hazaña de haber triunfado, porque mi cerebro está vedado para otros. Nadie puede apreciar lo difícil que es estar vivo aquí dentro, y lo difícil que me resulta morir.
El desprecio de ciertas personas llega a meterse en mí, simplemente porque yo les permito dañarme, pero nunca puedo realmente sentirlo, porque soy demasiado ajeno al resto del mundo, tanto personas como objetos. Tengo muros que me protegen de todo, incluso de mí mismo.
(Despreciame con todo tu desprecio. Tu dolor de vivir es apenas una comedia comparado con mi tragedia cotidiana. Tus palabras y gestos son burlas que te hacés como frente a un espejo, que soy yo. Despreciame, que te estás despreciando.)
Ahora me detengo, afuera de mí la noche avanza hacia inciertos momentos de pena y gloria simultáneos. Me pierdo en la monotonía de saberme gigante e irremediablemente insignificante
Adiós por ahora. Sigo cuando siga, ahora, mañana (que es nunca)
17 de julio de año 2001.
(En Buenos Aires)
Son las 10:35 pm. Estoy abrumado de verdades, invadido por palabras que no puedo decir, por pensamientos que debo reprimir. Tengo mi verdad, como un castillo que desde acá se ve hermoso, y de afuera horrible. Con paredes de cristal que están empezando a quebrarse y me asusta. Mucho.
Hoy no debería haber despertado, fue un día que hubiera preferido no vivir. No sé qué me pasa, y estoy recién ahora empezando a sospechar que quizás quiero solucionar este problema que me duele y desconozco. Sigue siendo un misterio el “por qué”, el “cómo”, el “desde cuándo”, pero empiezo a vislumbrar algunas partes del “qué”. Y puedo admitir, al menos aquí, en estas hojas sólo mías, que no estoy bien, que no sé qué hacer, y que no entiendo por qué, pero siento que nada quiero hacer. Mi situación es dramática, pues no me alcanza reconocer que tengo un problema y reconocer que necesito alguna clase de ayuda, ya que aún me falta, y es lo peor, querer esa ayuda, querer solucionar el problema. Por ahora veré qué sigue en esta obra dramática que es mi vida. Después algo sucederá, algo bueno o malo, genial o terrible, pero algo. Nada más.