domingo, 10 de diciembre de 2006

20 de marzo del año 2000

Estoy en mi casa, todo es un desorden total, todo. Es decir, el suelo está lleno de papeles que estuve revolviendo del pasado y que quedaron esparcidos como intento desesperado por prolongar algo improlongable. Los ceniceros, cuatro, llenos todos de los filtros de muchos cigarrillos fumados durante días y días de buscar dentro y no encontrar, y seguir buscando, aún sin encontrar. Y platos y ollas y tenedores y todo el resto con una suciedad que con el tiempo deja de serlo, para convertirse en una suerte de reliquia, como restos arqueológicos de una civilización que fui antes, donde puedo, si quiero, descifrar enigmas fantásticos, como ser lo que comí hace una semana, aunque siempre hay datos perdidos, como que hubo un par de días que no comí nada, simplemente porque no tenía el dinero necesario para que me dieran comida. Y también están todas las cosas que llenan de vacío todos los ambientes, esas que no se ven, pero que pesan y joden mucho más, porque después de todo, los platos sucios y los papeles y el tiempo desparramado por el suelo, y la historia en restos de comidas y bebidas, y el resto, pueden pasarse por alto, uno puede mirar todo, sentarse frente a la máquina de escribir y por un rato olvidarse que a las espaldas hay demasiadas cosas (objetos) fuera de lugar.

Pero con lo otro no se puede. Lo otro, lo invisible, lo que cualquier visitante no vería, está en cada rincón, está en cada lugar donde miro, y en ningún lado. Porque está en mis ojos, en mis manos, en mí. Por eso jode constantemente, por eso no me deja tranquilo ni siquiera ahora, que intento escribir algo para despejarme un poco de todo lo abrumador y perverso que es todo a mi alrededor y adentro de mi cerebro.

El amor se acaba, es un hecho. Puedo creerme durante los momentos en que es verdad, que el amor es para siempre, pero no. El amor se acaba. Y es jodido. Porque uno sabe que nada es para siempre, pero es como la muerte. Todos sabemos, y sin embargo. No puedo todavía hacerme a esta idea que nace en mí. No puedo realmente creer que es real esta soledad que creí erradicada para siempre. No puedo y sin embargo lo creo, porque en definitiva la realidad es una, y es esta.

El pasado no existe, el futuro ya vendrá, aunque no quiera, aunque si quiera, y el presente es lo único que tengo, y es casi nada. Este presente lleno de esperanzas recién muertas, lleno de incumplimientos de promesas absurdas, lleno de lamentos demorados pero a la vez dosificados desde hace no sé cuánto, lleno pero tan vacío, tan vacío.

Eso es todo por ahora. A partir de hoy se planifica otra versión de la realidad, de la mía quiero decir, otra parte, otro capítulo, con otro estilo, con otros personajes, casi como una nueva novela donde a cada paso iré conociendo al protagonista (espero ser yo) y a los personajes secundarios (tan necesarios).

Pero por ahora, es decir exactamente ahora, las 10 y media de la mañana de este lunes gris, sólo me resta esperar y hacer un último esfuerzo por reconciliarme conmigo, por volver a conocerme, porque, aunque lamentable, hoy acabo de nacer, para el mundo, y para mí. Para alguien acabo de morir. Adiós.

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