domingo, 10 de diciembre de 2006

15 de diciembre del año 2001.

Siempre hay un río. Siempre hay un horizonte.

Las verdades de la gente, cuando finalmente salen, son aterradoras. Los ojos desorbitados, la piel casi de sangre, la voz con volúmenes totalmente alterados. Por un momento pienso que, si genero tanto odio, algo debo estar haciendo mal. Pero también sé que el odio se auto genera, y que nunca hay motivos suficientes afuera de uno.

Si así fuese, tendría que estar lleno de odios, y no lo estoy.

Tengo mi cabeza completamente en otro lado. Estoy mucho más allá de las “verdades” que los adultos mediocrizados proclaman. No puedo seguir sus consejos, porque soy testigo del resultado invariable de sus vidas. Es decir, no sé si mi verdad es verdadera. Pero sé que la de ellos no lo es. Y si tengo que elegir entre dos opciones como esas, prefiero mil veces la duda antes que la certeza del error.

Por eso estoy así. Lleno de dudas, con la certeza de la duda. Tengo que recorrer este camino, para recorrerlo. Tengo que lanzarme a este abismo y confiar en el paracaídas de mi verdad agujereada.

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