domingo, 26 de noviembre de 2006

12 de marzo del año 2001

La verdad es como un grito estéril en medio de una tormenta seca de gotas amargas, es un aullido agudo vociferado entre lamentos desgarrados de angustia y dolor. La palabra, las palabras, se suben unas a otras, intentando alcanzar su cima, su potencialidad. Los significados son siempre contradictorios, son siempre palabras definiendo palabras. No hay verdaderos significados, no hay verdad.

La mayor paradoja es la de explicar el hecho de que no existen explicaciones. La mayor contradicci6n es usar palabras para describir objetos, sensaciones, cosas reales. Só1o es aceptable el uso de palabras para la descripción minuciosa de lo irreal, que por no existir no puede compararse y siempre tendrá su poder descriptivo. Si describo lo que nunca he visto o sentido ¿quién podrá decirme que mi descripción es pobre, o inexacta? ¿quién puede decir algo en contra de mi descripción de algo que no pienso ni pensaré nunca, o de lugares que jamás visitaré ni puedo visitar, no por lejanos o inaccesibles, sino simplemente por no pertenecer al mundo?

Mis palabras explotan en mi cabeza y mis manos son la válvula de escape. Necesito soltarlas. Y si mis palabras no tienen sentido, sólo me queda conformarme con la idea de que nada lo tiene, y que mis palabras no contradicen, con su sin-sentido, al orden general de lo existente.

Creo haber sido lo bastante confuso como para que quede suficientemente claro.

(Caigo siempre en la trampa de mis palabras, empecinado en negarlas y usándolas para su propia negación. A veces pienso que quizás mis palabras me odien, pero quizás me amen. Quizás las dos cosas, que son la misma.)

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