Son las 7 y media de la mañana. Hace mucho que no escribo acá, en este pseudo diario. Pasaron muchas cosas desde la última vez. Ahora soy un pobre idiota que anda solo por el mundo. La mujer que amo ha decidido dejarme, y aquí estoy, para enfrentar solo la vida. Y no es fácil. Hay demonios malditos acechándome, hay imágenes nítidas como dolores que no dejan de acosarme minuto a minuto, hay palabras que flotan a mi alrededor como torbellinos de lo que tendría que haber sido, hay fantasmas coléricos que torturan mi piel, hay nubes grises de espanto tapando mis ojos cansados de llorar, hay soledades gritando fuerte en mis oídos tristes, hay oscuridades de tiempo y dolores verdaderos, la verdad se suma a este desconcierto y el resultado es simplemente saber que no hay culpables, que hay un solo culpable, un solo condenado, un solo verdugo, un solo juez, y todos soy yo, que sigo vivo porque mi cuerpo me es ajeno, porque mi corazón sigue latiendo y mis pulmones, cuando duermo, siguen inspirando el aire. Por momentos logro olvidarme de todo este dolor, pero es un olvido engañoso, tengo que vigilarlo, porque de repente, en el momento más inesperado, aparece el presente y me golpea como un viento soplando en mi oído miles de verdades que no puedo evitar. El olvido es por momentos un precioso regalo, la risa me llena la cara y río a carcajadas, alguna melodía que me transporta, una conversación con un amigo, un chiste que alguien cuenta. Pero ese olvido es un disfraz (en seguida me descubro, es difícil esconderme de mí mismo) y el disfraz cae tan pronto como alguien dice algo que me recuerda la verdad. Y ese algo puede ser cualquier cosa, una palabra que quizás nadie relacionaría con esto, un sonido especial, un olor, alguien nombra una calle, un lugar, o un nombre similar al de ella, o cualquier persona que la rodea. Y entonces todos mis sentidos se vuelven hacia allí, como si todos los vientos soplaran en esa dirección, y mi coraz6n veleta gira y apunta hacia el origen de todas mis dichas pasadas y todos mis tormentos presentes. Y el olvido huye y se esconde avergonzado. Ha logrado engañarme por un rato y se siente de repente inútil. No hay olvido posible, y mientras no hay olvido, es imposible otra cosa, es imposible intentar crear algo distinto, proyectar una vida. Sabiendo que cada día será lo mismo, que cada día de los que me quedan por vivir será casi una repetición de este día, del día de ayer. Por supuesto tendré momentos en los que el disfraz será muy bueno y efectivo, pero sé que cada día tendrá siempre el momento de la caída de los disfraces. Son las 8 menos 20, está amaneciendo, un nuevo día está comenzando y tengo varias cosas para hacer. Viajes en colectivo, en tren, tengo que ver gente, conversar, poner mi mejor cara de ser humano que disfruta la vida, engañar a todos y aparentar que logro engañarme a mí mismo. Y al llegar a mi casa, por la noche, podré descansar los músculos, aflojar las máscaras y mostrar mi verdad, mi aterradora verdad. Y esta es mi verdad: no disfruto absolutamente nada, no existe mi vida, no existo yo, soy un cuerpo sin alma vagando por el mundo, ni siquiera en busca de nada, solo carne y huesos, y sangre corriendo impulsada por un corazón golpeado. Sigo vivo porque la vida siempre intenta seguir, porque tengo un instinto, y porque tengo opiniones formadas sobre la muerte. Pero aunque no tengo planes de quitarme la vida, sé igualmente que no habría gran diferencia. Hoy estoy muerto, no tengo alma, no tengo amor, no tengo esperanzas, no tengo nada, absolutamente nada que me haga creer que mañana puedo estar mejor. Mi vida es una mierda. Vivo creándome ilusiones que no logran engañarme, y cuando me doy cuenta de las mentiras, me pasa esto, empiezo a escribir y suelto mis manos y escribo todo esto que dice acá. Es casi como si estuviera drogado con suero de la verdad. Escribo y escribo y me voy dando cuenta que esta es mi verdad, que ya no tengo ganas de seguir luchando, contra mi vida no puedo hacer nada, porque mi cuerpo quiere seguir vivo, pero tampoco tengo nada que hacer a favor. Seguiré mi camino, mi no-camino, mi transcurrir como un ente solitario y perdido. Algún día voy a morir, quizás muy viejo, y recordaré, un segundo antes, este tiempo, este momento de mi historia, en el que dejé de vivir y de soñar. Adiós por ahora. Si puedo, seguiré informando (informándome) sobre el estado de mi no-vida, por ahora los dejo, me dejo. Debo irme a continuar con la farsa de mi presente. Adiós.
19 de julio del año 2000, 8 menos diez de la mañana. Veremos que sucede en adelante, quizás (lo dudo demasiado) alguna sorpresa me espere todavía.
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