Proceso de creación. Palabras lanzadas como sinsentidos constantes. Alusiones confusas. Nociones perdidas sin conjunto ni verdad. Veamos...
Fragmentos. Algunos fragmentos.
Lamento distante. Fragmentos dispersos de lamentos viejos.
Soles de invierno en cielos quizás blancos.
Gritos ahogados en una noche de poco silencio. Dolores de dolores, de siempre. Punto de partida de carreras nunca corridas entre un silencio y su muerte, la palabra. El ganador no sabe nunca que ha ganado y ambos creen haber perdido. Y en realidad hay dos ganadores.
Puedo seguir perdido en palabras por siempre, debo seguir. No es una opción.
Quisiera poder detenerme a pensar, darme cuenta de todo, y seguir. Nada puede tener sentido, porque nada lo tiene.
Arriesgarlo todo en la última jugada y esperar sentado, deseando perder.
Después de todo ¿qué es perder cuando ganar es dejar de ser uno, es decir, perder?
Golpear las teclas de esta máquina como un pianista poseído, enceguecido en la ejecución de una obra maestra, con una salvedad: la triste certeza de saber que no hay tal obra maestra, y que la melodía de este instante aún no existe.
Pero jamás hay melodía cuando todo es silencio, apenas lastimado con los sonidos perdidos del antiguo mecanismo de esta máquina.
Y a pesar de todo suena un piano. Siempre suena un piano.
Salir de este encierro de tener siempre los ojos abiertos, este encierro de realidad, estas paredes de lo cierto.
Jugar, siempre jugar. Y hacer trampa, pero no para ganar, pues nadie gana. Simplemente para durar más en el juego. Desconocer las reglas y por lo tanto, romperlas. Fallar y fallar. Y volver a fallar.
Mentir hasta creer que la mentira es la verdad, y que nadie miente cuando miente.
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