Otra vez frente a esta máquina que aborrezco y amo simultáneamente, otra vez frente a este aparato que me exprime simplemente con ser. Me siento una vez más a recorrer mis caminos como ciego, me siento pero siento que me muevo, que estoy como viajando, como si no existiera estar quieto. La sensación es que mi cabeza sigue y sigue y contra mi voluntad me va llevando por mil caminos mientras mis huesos se quedan como pegados al suelo. Se extiende el futuro como promesa errónea y me amenaza con todo lo indeseable que puede ocurrir. Al no ser, no existir, el futuro es todo. Por eso la alegría y por eso el miedo, porque veo, como si lo viviera, el abanico de posibles presentes que lentamente se aproximan a este frágil presente real de ahora. Lo peor, y a la vez mejor, es lo inevitable, pues al ser inevitable pone al descubierto la impotencia, me muestra lo inútil de la mayoría de las cosas, pero al mismo tiempo, la inevitabilidad es tranquilizadora. Si algo va a suceder, digamos, por ejemplo, la muerte, y no hay nada que hacer al respecto, es hasta placentero observar como va sucediendo, sabiendo que nada pudimos hacer para remediarlo. Yo estoy aquí, este lugar es siempre el mismo, y este momento es siempre ahora y ajeno a mí el tiempo se mueve, me pasa como si yo sostuviera una soga que se desliza por mi mano. Hacia adelante se extiende infinita e imposible, hacia atrás no puedo verla, pero está. Y yo sigo quieto, uno no avanza a través del tiempo, es el tiempo el que nos atraviesa. Como dije, este momento es siempre ahora, nunca podré estar en ayer o mañana, es siempre ahora. Mi reloj interno está siempre detenido en un instante a través del cual el tiempo hace su viaje eterno.
lunes, 27 de noviembre de 2006
Sin fecha (algún mes perdido en el año 2001)
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